lunes, 24 de febrero de 2020

La historia de Narciso




Un caluroso día de verano, cansado de la caz, se sentó el joven Narciso junto a una fuente atraído por la frescura y el silencio del lugar. Tenía sed y se inclinó para beber. Pero de repente sintió nacer en él una sed nueva. Mientras bebía quedó seducido por su imagen que se reflejaba en el agua tranquila, y quedó enamorado de su propia belleza. Inmóvil se quedó fijado en la contemplación de sí mismo, omo una estatua esculpida en mármol de Paros. Miraba sus ojos que brillaban como estrellas, sus cabellos dorados dignos de Apolo, sus mejillas frescas y lisas, su cuello de marfil, su boca graciosa, supiel de lirio y de rosas. Inconscientemente se deseó, se convirtió a la vez en el sujeto y objeto de su amor, en el cazador y la presa, en el que prende el fuego y el que se abrasa. ¿Cuántas veces intentó besar el elusivo estanque? ¿Cuántas veces sumergió sus brazos buscando abrazar el cuello que ahí veía? ¡Oh ingenuo y enloquecido joven!, ¿por qué  intentas abrazar a una huidiza imagen? Pero como la cera amarilla se derrite ante un suave calor, como la helada se funde ante el sol de la mañana, lo mismo le ocurrió a él. Agotado por el amor, así desfallecía y era lentamente consumido por su oculto fuego. No permaneció mucho aquel color rubicundo, mezclado con blanco, ni la fuerza y el vigor o todo aquello que era placentero de contemplar. Finalmente, Narciso dejó caer su cabeza sobre el césped y murió, cerrando los ojos que estuvieron tan maravillados por su excepcional belleza. En el lugar donde estuvo su cuerpo, brotó una flor cuyo amarillo centro estaba rodeado de bancos pétalos.

Ovidio, Metamorfosis.

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